Columna: “Los años no pasan en vano” – Cuatro años mirando hacia atrás

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Es irónico que, viniendo de una familia de inmigrantes, un descendiente de personas que abandonaron Siria en busca de un futuro mejor y huyendo del colapso y el peligro que corrían en ese país, yo me vea en la misma situación, dejando toda una vida atrás y empezando desde cero en más de un sentido. Lo más irónico, sin embargo, es que Venezuela ha sido una fuente de inspiración constante por cuatro años.

Sin darme cuenta, he escrito y aprendido sobre el folklore venezolano más que de cualquier otro. Conozco historias que jamás me habían contado, buenos amigos compartieron otras conmigo, y he visto a mi familia desde distintos puntos de vista. Apenas ahora me doy cuenta de lo mucho que he crecido, y si bien no me veo establecido en Venezuela en este momento, sí puedo decir que se ve diferente desde la distancia.

Cuatro años atrás

Busqué ese primer correo que envié postulándome como reseñador de libros, reviviendo las frustraciones que experimentaba ese momento, los sueños que estaban por materializarse, y todo lo que vivir en Venezuela implicaba para mí, solo para quedarme sin palabras. Era una persona tan diferente en ese momento.

General Rafael Urdaneta Bridge, commonly known as the “Puente sobre el Lago / Bridge above the Lake”, an icon in Zulia, Venezuela, where the author is from [Wilfredor, public domain]

No estaba seguro de mi imagen, de qué podría decir sobre mí y qué no, qué tan honesto podría ser, y a pesar de los miedos estoy feliz de haber tomado ese paso. Nunca me dio miedo enviar propuestas o tocar puertas. Parafraseando a Ella-Que-No-Debe-Ser-Nombrada, ¿qué es lo peor que podría pasar? Si me rechazaban entonces buscaba otra oportunidad, pero ser parte de The Wild Hunt ha sido más que solo eso. Ha sido una experiencia.

Por más interesantes que fuesen las leyendas de otros países, las de Venezuela fueron las que me atraparon, las que se quedaron conmigo, las historias que me acompañaron durante años. Fueron esos mitos los que me hicieron entender el país en donde crecí de una mejor manera, los que me hicieron ver a mi familia con otros ojos, encontrar lo mágico en mi linaje y la tierra que me vio crecer.

Viendo hacia atrás, aunque de niño me encantaban las historias de los dioses griegos, aunque mi madre me contaba sobre los mitos egipcios, aunque en mi adolescencia me incliné por los celtas, encontré mi lugar entre la Llorona, el Silbón, los Momoyes, Juan Hilario, el Hachador Perdido, María Lionza, La Sayona, y muchos más. Busqué afuera lo que encontré adentro sin siquiera planearlo.

En lo que a mi práctica espiritual respecta, no venero a los espíritus venezolanos, no sigo un linaje de brujería tradicional, pero me entiendo mejor y mi práctica ha cambiado luego de analizar esos mitos y su simbolismo. Hice un trabajo de introspección con cada uno de ellos que no pude hacer con otras historias, y aunque aún habrá algunas que no conozco, esas que puedo recitar sin problemas se han vuelto especiales para mí.

Todo esto es irónico porque nunca sentí especial interés en nada latino en general, y ahora que estoy lejos y tengo otra perspectiva de las cosas miro hacia atrás con cierta nostalgia. El tiempo no pasa en vano, lo sé desde que era niño y escuchaba las historias de mis padres y abuelos, que sabían lo que era pasar hambre y me enseñaron a comer hasta el último bocado. Crecí rodeado de historias, del peso de los años, las memorias que se construyen con el tiempo, hasta formar las mías propias.

The Catatumbo Lightning, which strikes up to 180 days a year in Lake Maracaibo, Venezuela [Thechemicalengineer, Wikimedia Commons, CC 3.0]

Cuando era niño compraba una revista religiosamente todas las semanas, y lo primero que hacía era leer la sección de espantos y aparecidos. Esperaba con ansias que llegara el miércoles, si la memoria no me falla, para descubrir una nueva leyenda venezolana. Había leído los mitos griegos, los romanos, los cuentos de hadas, algunas leyendas japonesas, pero solo conocía dos o tres leyendas que me enseñaron en el colegio. Hasta que encontré esa sección que se volvió mi adicción.

Tenía muchas ganas de pasear por todo el país, visitar los sitios en donde se encontraban cada uno de ellos, vivir una experiencia digna de contar. Había una caja en mi cuarto donde las tenía todas organizadas por fecha para releerlas en cualquier momento, un tesoro para mí. Sin embargo, en algún momento la caja desapareció, seguramente en medio de alguna mudanza, y volver a Venezuela no es una opción para mí en este momento. Pero sí tengo algo para contar. Más de una historia, en realidad.

Cuatro años después

Los años no pasan en vano, estos años mucho menos. Tantos cambios y experiencias me han convertido en alguien diferente para mejor, y sigo cambiando. Cuando era niño tenía miedo del mundo, y hoy solo quiero explorar cada rincón, encontrar mi lugar especial, ese rincón en donde puedo ser yo mismo. Tengo una legión de espíritus y personas a mi alrededor en los que puedo confiar, siempre la tuve, solo que cuatro años atrás no lo sabía.

Cuatro años atrás me sentía perdido, a la deriva, sin un futuro y sin esperanzas. Luchaba cada día para poder sonreír, escribir era mi terapia, y día tras día, de repente el tiempo pasó sin darme cuenta, estoy en un lugar que jamás pensé llegaría a pisar, me siento más tranquilo, más feliz, preocupado por el futuro, pero sin que me robe horas de sueño.

Cuatro años después, sigo buscando mi lugar en el mundo, sigo buscando mis sueños, pero estoy más cerca. Lo irónico en toda esta aventura es que por más que tuve que huir de Venezuela, fueron sus espectros los que me impulsaron a seguir hacia adelante. Como me dijo una tía antes de irme, claro que miras hacia atrás, pero dices “sí he avanzado”, y sigues hacia adelante. Seguiré yendo hacia adelante, y seguiré mirando hacia atrás, y volveré a ver al frente con más fuerza que antes. Los fantasmas de Venezuela y el clan que espero volver a ver me lo enseñaron.


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