Hay una leyenda venezolana sencilla pero con un importante mensaje que recordé recientemente. Es una historia corta y bastante directa sobre el poder de las tradiciones, especialmente aquellas que se llevan en la tierra, aquellas que están relacionadas al lugar en donde nos encontramos y el respeto que se le debe al pasado: El Hachador Perdido, un alma enfurecida que castiga a quienes cometen el mismo error que lo condenó a él.
Hace tiempo estuve hablando con una amiga y me contó la historia de un hombre de San Casimiro, estado Aragua, que salió a trabajar un viernes santo y fue maldito por ello. La razón de su salida varía dependiendo de la versión que se lea, pero todas concuerdan en los aspectos generales: Un hachador decidió salir a buscar leña en el bosque para fabricar su propia urna durante el viernes santo, aunque la costumbre dictaba lo contrario para esa fecha religiosa, y fue castigado por Dios a penar por la eternidad y atormentar a quienes hicieran lo mismo.
Según me contó y como he podido corroborar en lecturas y canciones tradicionales, una de las señales de que este espíritu está cerca es el sonido de hachazos constantes, cada vez más sonoros. La persona debe rezar el Credo de los Apóstoles y dar la vuelta en el acto, regresar sus pasos, para evitar que el espectro lo asesine con su arma. Hay un canto popular que habla justamente de esto:
“Si por la noche se escucha cabalgar algún lamento en San Casimiro, se pinta la sombra de tu recuerdo, si es que te encuentras penando en las montañas del tiempo, con gusto, Hachador Perdido, yo te rezaré tu Credo.”
Como dije, es una leyenda corta, pero muy directa con respecto a su moraleja: respetar las costumbres y creencias del lugar en donde nos encontramos. Es una muestra de humildad, y lo veo como una forma de compartir de manera armoniosa con los espíritus del lugar, así como la historia que corre por debajo de su tierra, en el viento, y habita en su flora y fauna.
Una de las primeras cosas que aprendí cuando descubrí el mundo de la brujería y el neopaganismo es que la naturaleza es sagrada y merece el debido respeto por ser tanto nuestra madre como nuestro hogar y lugar de último descanso (metafóricamente hablando, para no excluir a quienes prefieren opciones diferentes a ser enterrados). Como lo dice el Génesis 3:19: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; porque polvo eres y en polvo te convertirás”.
Desde hace días estoy dejando ofrendas de agua a todos los poderes y entes con los que trabajo: Dioses, ancestros, guías, y más. Para mí es una forma de respetar el lugar en el que me encuentro, de mostrar mi admiración, de demostrar que mi práctica no se limita solamente a los ciclos de la luna o la Rueda del Año. He sido tan constante como me ha sido posible, y corrijo en el acto cuando digo algo que no debería o me confundo por cualquier razón.
Hace días confirmé que este trabajo no ha sido en vano y que alguien, por lo menos alguien, ha estado escuchándome y sabe que soy honesto en mis actos. Estaba en un bus leyendo en mi teléfono una novela que me tenía atrapado, concentrado al punto de que el mundo real me parecía una ilusión. Sentía que los personajes estaban allí conmigo, pero unos disparos me sacaron de la lectura en un segundo.
Siendo una persona con autismo, no sé cómo reaccionar ante imprevistos. Me ha pasado en situaciones comunes, como tener que atender las dudas de más de una persona cuando trabajaba en una biblioteca, y mi mente se quedó en blanco por un segundo y mi cuerpo se detuvo del todo. No era la primera vez, y dudo de que sea la última, pero siempre reacciono luego de un segundo. Esta vez no fue así.
Pensé que alguien estaba golpeando las ventanas del vehículo y que este dio un giro brusco porque muchas personas terminaron en el suelo, incluido el conductor. Yo me quedé paralizado sin saber qué hacer y escuchando más y más golpes, más y más golpes, hasta que ya no escuché nada. Fue cuestión de segundos, pero vi a todos los pasajeros aterrados, y yo no entendía qué pasaba, hasta que escuché a alguien decir “estaban disparándole al bus”.
Me entró el pánico, me temblaron las manos, se me secó la boca, se me nublaron los sentidos y sentí todo el cuerpo frío. Nadie se había caído, sino que estaban cubriéndose de las balas que disparaban desde afuera, y yo había quedado expuesto. Mi vida había estado al borde durante segundos y yo ni enterado. Era la primera vez que vivía algo así, pero igual me pregunté “¿cómo pudiste ser tan irresponsable?”
Me costó recuperar la calma, volver al presente y estar consciente de lo que había pasado. De repente recordé las ofrendas de agua y oraciones que ya son parte de mi rutina, y estuve a punto de llorar. Tomé aire y agradecí sin descanso a quien o quienes me habían protegido en ese momento. Luego de varias horas pude dejar el episodio atrás y seguir con mi día a día, pero el recuerdo se mantiene vivo en mi mente.
Lejos de creer que mi alma será condenada a castigar a personas irresponsables como es el caso del Hachador Perdido, pues cada leyenda es una metáfora de la realidad, estoy consciente de que los humanos no somos los dueños del planeta. No podemos hacer y deshacer a nuestro antojo porque todo cae por su propio peso.
Sé que el poder que contiene la tierra y de las tradiciones que se han llevado a cabo en ella es real. Sé que fueron esos mismos poderes y sus guardianes los que me protegieron cuando yo no sabía que debía hacerlo por mí mismo, igual que cuando mi padre protegió a mi hermano cuando lo necesitó. He sido un brujo ecléctico por mucho tiempo, pero incluso en el eclecticismo existen tradiciones y costumbres difíciles de romper. Y como escuché en algún lugar hace tiempo, hay poder en la repetición.
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