A veces nos cuesta aceptar que un ser querido se haya ido. Aunque escuchamos frases como “tienes un ángel más”, “es otra estrella en el cielo”, “te cuida desde donde está” y muchas más, a veces queremos una prueba de que realmente, luego de irse de este plano terrenal, aquellos a quienes amamos están cuidando de nosotros.
Perdí a mi padre cuando tenía 17 años, y mi hermano tenía 14. Luego de un cáncer que lo devastó, falleció rodeado por la familia el 9 de octubre de 2013. Tenía 51 años, pero internamente su cuerpo era el de un hombre de 81.
Han habido muchos momentos especiales en los que quisiera que él hubiese estado, aunque confío en que su espíritu nos acompañó, y muchas veces he pedido señales, algún gesto de que sigue a nuestro lado. Mientras escribo esto, no dejo de pensar en dos eventos recientes en los que, definitivamente, él estuvo allí.
Primer evento
Días atrás, mi madre tuvo un sueño que la dejó preocupada. Ella, mi hermano y yo estábamos en la sala de nuestro hogar, y él me pedía un dinero prestado. Ella le preguntó cómo pensaba pagarme porque está desempleado, y él desvió la mirada. De repente, su novia entró al apartamento, mi madre la miró, sin entender qué pasaba, y mi hermano seguía sin verla a la cara. Además de eso, le costó dormir por un fuerte dolor en la zona baja del vientre y la espalda. Dijo era el mismo dolor de cuando dio a luz.
Cuando desperté, mi madre me contó el sueño, pero no le di mucha importancia. En respuesta, ella me dijo que mi hermano tuvo un accidente con la camioneta. Explotaron dos neumáticos, los rines se dañaron y los amortiguadores quedaron inútiles. Estaba con su novia, él iba manejando y se quedó dormido al volante.
Afortunadamente, no les pasó nada. En cuestión de segundos, cuando la chica se dio cuenta de que iban a chocar con un poste de electricidad, se lanzó al volante y desvió la camioneta. Ella iba a recibir todo el impacto, que podría haber sido fatal. El vehículo se subió a la acera y sufrió todos los daños, y de alguna manera lograron llegar hasta la casa de su novia. Aunque iban con los vidrios de las ventanas abajo y el espejo retrovisor del lado del copiloto se rompió, los dos salieron sin un rasguño.
Pudo haber sido peor, muchísimo peor. Mi hermano es diabético, por lo que le cuesta mucho cicatrizar. De haber estado solo y quedarse dormido, no creo que estuviera aquí el día de hoy.
¿Qué es lo increíble de todo? Que casualmente, él antes de salir se puso uno de los relojes de nuestro padre, junto con la colonia que casi siempre usaba. No necesito que nadie me lo diga para saber que ese señor estaba allí, cuidándolo, e incluso mi madre bendijo el dolor que no la dejó dormir si sufrirlo fue una manera de que a mi hermano no le pasara nada.
Segundo evento
Desde hace más de un año estamos in internet en el sector donde vivo. Se robaron los cables y, sin importar cuántas veces los compráramos, volvían a robarlos. No hubo ninguna forma de tener internet, así que nos tocó a todos en mi casa irnos a un supermercado en la cuadra siguiente para poder estudiar, trabajar y mantenernos comunicados.
Todos estudiamos en mi casa, y desde que nos quedamos sin empleos formales, dependemos de entradas esporádicas informales, así que tanto las redes sociales como el WhatsApp se convirtieron en herramientas de trabajo de las que no podemos desligarnos. Con el tiempo, logramos que funcionara, aunque no deja de ser un proceso engorroso, más aún luego de quedarnos sin computadoras.
De una u otra forma, con teléfonos sin espacio y laptops desconfiguradas, logramos mantenernos a flote, hacer trabajos universitarios, conseguir clientes y que cada uno de nosotros se diese a conocer en sus respectivos campos. Paso a paso, salimos del agujero en el que nos hundíamos.
Dos noches atrás desde que escribo esto, iba al mercado con mi laptop y el teléfono. En la esquina, antes de cruzar la calle, un muchacho me llamó y me detuve sin pensar en nada. Se me fue la voz cuando me dijo “Si gritas te disparo”.
En ningún momento vi si tenía alguna pistola, una navaja, ni nada, ni me interesó. Solo estaba pensando en los libros por reseñar, en la aplicación con la que estoy aprendiendo idiomas, mis contactos, mis redes sociales, el trabajo que venía haciendo, y en la laptop. “Que no me pida que abra el maletín”, pensé una y otra vez.
En algún momento exhalé, repentinamente tranquilo. Sentía una quemazón en el pecho, pero estaba calmado. Supe que no me pasaría nada. Le di el teléfono, los audífonos, y cuando me pidió que desbloqueara el teléfono pensé por un segundo en golpearlo, salir corriendo, hacer algo, pero lo descarté. “Que me deje en paz, que se vaya”.
Me di la vuelta, él se fue en la dirección contraria, luego me regresé, él me gritó que me devolviera, le hice un gesto con la mano, pidiendo que me dejara tranquilo, y volví a mi casa sin un rasguño. Mis pensamientos distaron mucho de ser tan relajados cuando entré. Rabia, impotencia, depresión, ansiedad, y hasta ahora, dos días después, sigo pensando en que podría haber hecho algo para que no se llevara mi teléfono, pero tuve y sigo teniendo algo muy claro: No éramos solo dos en esa esquina oscura. Allí estaba alguien más, y aunque no tengo forma de probarlo y no hubo señales, estoy seguro de que mi padre estaba allí también.
Nunca estamos realmente solos
Perder a alguien nunca es fácil, y es una experiencia que marca un antes y un después, pero perder a tu padre a los 17 años es muy distinto. En mi cabeza hay dos caras: Antes del cáncer y después del cáncer. Casi siempre recuerdo el antes, pero la cara amarillenta, raquítica, sin casi cabello, los brazos tan delgados que podría haberlos tomado ambos con una sola mano, el vientre hinchado, los pies amoratados por la retención de líquido y la mirada cansada siguen muy vivos en mi memoria.
Parece un chiste de mal gusto que mi signo zodiacal comparta el nombre de la enfermedad me arrancó a mi padre. Por mucho tiempo incluso me sentí responsable, creyendo que podría haber hecho algo, lo que fuese, hasta que entendí que así tenían que ser las cosas. Desde el principio, ese era el destino de mi padre, y no tocó nada más que aceptarlo.
Seis años después, recordarlo aún me provoca un nudo en la garganta. Solía decir que daría cualquier cosa por verlo una vez más, pero implicaría perderlo una segunda vez, y ninguno de los dos merecemos una despedida así. No estuve allí cuando él falleció, pero si cierro los ojos puedo volver a la habitación en donde vi su cadáver por primera vez.
El camino del luto es cualquier cosa salvo sencillo, mucho menos en esas condiciones, pero no hay nada que el tiempo no cure. De repente, un día como cualquier otro, parece que el silencio no pesa y que puedes pensar con claridad. En ese momento entiendes que alguien te está cuidando desde algún lugar. Pasar la página empieza en ese momento.
Hubo veces en que sabía que mi padre estaba allí, cuidando de nosotros, pero luego de estos dos eventos, me queda claro que nunca estamos realmente solos. La muerte física es solo una etapa más en la vida, no su final.
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