Aviso editorial: La leyenda de La Sayona contiene algunos detalles violentos.
Algunas leyendas pasan a la historia, otras quedan en el olvido, y solo algunas, casos excepcionales, viven en un espacio liminal, conocidas solo por unos pocos. Hace tiempo escuché la historia de La Sayona, un espectro que habita los llanos Venezolanos y que castiga a los hombres infieles. Tal es su caso.
Aunque la historia cambia bastante por ser parte de la tradición oral de la región, hay una en particular que recuerdo desde niño. En ella, una mujer vivía felizmente casada con su marido, un hombre trabajador y honrado que le había dado un hijo. La pareja vivía sin ningún problema, pues el hombre trabajaba y la mujer se encargaba del hogar, ambos contentos con llevar así su día a día.
Sin embargo, en una ocasión, un rumor llegó a los oídos de la mujer, asegurando que su marido tenía un amorío con su madre, nada más ni nada menos. Cuando llegó al hogar de su madre, encontró a su esposo allí dormido, con un bebé en brazos. Encolerizada, la mujer mató a su esposo y a su madre, pero esta, antes de morir, maldijo a su hija, condenándola a vagar por los llanos castigando a los hombres infieles.
Algunas versiones dicen que la mujer se llamaba Casilda, y que incendió la casa de su madre, en donde estaba su esposo y el bebé, y luego mató a su madre con un machete, abriéndole el vientre. Otros, dicen que este espectro puede cambiar de forma, presentándose como un perro, un lobo o una mujer de largos cabellos negros, vestida con un manto del mismo color. Finalmente, también se ha dicho que La Sayona lanza un grito que eriza la piel, muy similar al de las banshees celtas, aunque sin efectos mortales.
Muchas veces hemos querido hacer lo mismo que esta mujer, la cual evitaré llamar Casilda por nunca antes haber escuchado tal nombre. Tomar la justicia por nuestras manos es demasiado tentador, y estoy seguro de que más de uno lo ha hecho, siendo cada experiencia diferente, pero con algo en común: cuando se actúa bajo los efectos de la ira, el remedio es peor que el mal que aflige.
Esta leyenda me recuerda mucho a la del Silbón, en donde castigar cuando no nos corresponde termina en una condena peor de lo que nos imaginábamos, pero hay un elemento clave aquí: La traición. Bien es cierto que la confianza se construye con los años y se pierde en tan solo un segundo, con solo un error, pero los chismes son el peor enemigo que puede existir para ella.
Se dice que, desde el momento en que fue maldita por su madre, La Sayona castiga a los hombres infieles e incluso a quienes están dispuestos a serlo, bien sea asustándolos o comiendo sus cuerpos con colmillos animales que muestra cuando es muy tarde. Podríamos decir que es una vengadora del lazo matrimonial, una justiciera femenina, pero estaríamos dejando de lado el hecho de que, en su ira, su deseo de venganza, perdió la posibilidad de todo descanso. Toda su energía y poder se usan para un único propósito: castigar.
Lo mismo sucede cuando nos dejamos llevar por las discusiones acaloradas. Los titulares de noticias están plagados de casos en donde la ira, la sed de venganza y la ceguera han producido una cantidad asombrosa de catástrofes. Es muy fácil dejarse llevar por la ira, pero reparar el daño cuesta caro, y a veces no es posible siquiera, como en el caso de La Sayona. Arrastrada por sus bajos deseos, dominada por su furia animal, arremetió contra su propio origen, porque atacó justo en el lugar que le dio la vida: el vientre materno. Ella misma fue su propio juez, jurado y verdugo.
En Latinoamérica, más aún en Venezuela, se dice que “la madre es sagrada”. Cualquier mal, cualquier pecado, cualquier error puede ser redimido, pero la figura materna, por ser la que gesta vida, es intocable en todos los sentidos, porque es una ofensa hacia nosotros y hacia nuestra historia. Esta mujer insultó a todos sus antepasados, rompió su conexión con la vida misma, condenándose a vivir eternamente en un espacio liminal. Irónicamente, lo mismo ha sucedido con su historia.
Si hay algo que me ha enseñado mi familia es que cuando “los adultos hablan, uno se calla.” Hoy en día yo también soy adulto, pero no significa que mi voz se alce por encima de quienes vinieron antes que yo. Las pocas veces en que me dejé llevar por la ira, bien sea hablando o callando, lo he lamentado muchas veces, incluso las equivocaciones más mínimas.
Una de ellas fue cuando mi abuela me preguntó si seguía leyendo la Biblia. Ella solía decir lo mismo porque, cuando estaba en el bachillerato, siempre tenía un libro conmigo, y muchas veces eran libros gruesos. Ese día, estaba acostado en un cuarto y ella se sentó cerca de la puerta, hablando con mis tíos. En algún momento se quedó sola durante unos segundos, e hizo el comentario sonriendo como siempre, y yo simplemente arrugué la cara y seguí leyendo, sin decirle nada. Aunque pasó hace años, no he podido perdonármelo porque el respeto que le debemos a una madre es nada comparado con el que le debemos a una abuela.
Hay una razón detrás del dicho que reza “la venganza es un plato que se sirve frío”. La Sayona es prueba de los peligros de no seguirlo, de actuar en el calor del momento. No importa qué pase, debemos mantener la cabeza clara y el corazón en calma, una lección que he aprendido con el tiempo, no sea que cometamos un error imposible de remediar.
Me gustaría pensar que, cuando la leyenda de La Sayona desaparezca, su alma finalmente dejará de penar por los Llanos venezolanos, pero el olvido tampoco es un final que podamos querer, como bien lo ilustra la película Coco. Sin embargo, cada persona es responsable de sus errores, por duro que sea. Solo nosotros podemos decidir entre condenarnos tras una única acción, una traición irreparable, y honrar lo que nos han enseñado nuestros ancestros, sean de sangre o no.
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