Columna: El Muchacho que Retó a Satanás

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Muchos creen que los brujos adoramos a Satanás, al diablo mismo. Muchas veces me han mirado raro cuando digo que soy brujo, mi familia me ha dicho que mejor diga que soy “un terapeuta energético” o que trabajo con las energías, pero eso es solo parte de lo que hago. Sin embargo, nadie sabe que cuando era adolescente, reté al mismísimo Diablo, y gané.

Érase Una Vez…

Érase una vez, un chico al que le encantaban las historias y películas de terror. Los vampiros, fantasmas, hombres lobo, momias, y demás criaturas eran una adicción, no se perdía ningún episodio de Scooby Doo, le encantaban El Extraño Mundo de Jack y Abracadabra, y el arte oscuro.

The Devil and Dr. Faustus. Credit: Wellcome Library.

 

Érase una vez, yo de niño y adolescente.

Érase una vez, yo con pesadillas todas las noches.

No recuerdo si fue antes o después de mi incidente con la tabla ouija, pero hubo un tiempo en que siempre tuve pesadillas. Tuve pesadillas todas las noches durante todo mi segundo año del bachillerato, y de manera intermitente en los años siguientes. Aún recuerdo algunas por la impresión que me dejaron.

Me despertaba todas las noches tan asustado que no podía volver a dormir. Mi madre habló con mi abuela, y ella le dió lo que creo que era un Corán minúsculo, de esos libros que parecen más una cajita que otra cosa, para que yo lo tuviera en mi mesita de noche.

No noté diferencia por un tiempo, pero una noche se quedó grabada en mi mente. Me desperté tres veces, con el corazón desbocado y sudando frío. Tres veces. En una sola noche. Estaba desesperado, así que agarré ese librito con ambas manos, tan aterrado que no pude ni sentarme en la cama, y con un árabe pésimo le pedí a Dios que me ayudara.

Y algo me tocó el cuello.

Sentí que un dedo frío me tocó en la nuca, pero yo estaba acostado boca arriba, mi nuca pegada a la almohada. Solté un grito llorando, mis padres trataron de hablar conmigo, pero nada me calmó. Cuando mi mamá me pidió que dijera “en el nombre Dios, no hay nada”, no pude. No volví a dormir en toda la noche.

En otra ocasión, cuando mi mamá y mi hermano se fueron a mi ciudad natal para visitar a la familia, me quedé solo con mi papá, en paz descanse. Esa noche fui a dormir cuando de repente me paralicé. No pude entrar al pasillo para ir al cuarto. Me daba terror. Intenté varias veces, pero no pasé del marco de la puerta. Empecé a temblar, a llorar, y en algún punto mi papá me preguntó si quería irme de allí. Y le dije que sí.

Manejó entre una y dos horas en mitad de la noche porque no pude entrar. Y cuando intenté dormir, ya en la casa de mi abuela, me dio pánico cerrar los ojos. Tenía miedo de empezar a imaginarme cosas, y eso me daba más miedo aún. Era un círculo vicioso del que no sé cómo pude salir.

Pensé que quizás era el apartamento que estaba embrujado, que había algo allí, ¿pero entonces por qué me sentía igual? Había leído que cuando eso pasaba era porque era la persona, y no el lugar, lo que estaba embrujado. ¿Estaba maldito entonces?

Érase una vez, yo harto de todo.

Una noche me desperté de nuevo, harto, cansado, enfermo de todo lo que estaba pasando. Mi vida no era la mejor de todas, quería cambiar muchas cosas, uno de los motivos por los que empecé a estudiar brujería. Recordé entonces haber leído en algún lado que los brujos no creían en el diablo. Era precisamente esa la figura que a veces aparecía en mi cabeza.

Me daba pavor solo pensarlo, pero si no existía, ¿entonces qué me estaba pasando? En ese momento no necesitaba saber los detalles, pero podía salir de dudas. Con el corazón en la garganta y sintiendo escalofríos, le dije que contaría hasta tres para que apareciera, pero que si no lo veía, entonces no creería en él, que no existiría para mí, que no sería real.

Conté los segundos, llorando en silencio, con miedo de lo que podía pasar. ¿Y si aparecía? ¿Y si sentía algo? ¿O si escuchaba algo? ¿O si pasaba algo? Uno, dos, tres segundos. Esperé. Nada. “No existes”, dije con la voz temblando. Nada.

Respiré hondo.

Yo era Dios

Obvio que no fue una cura milagrosa, pero no recuerdo haberme sentido mal después de eso. Seguramente caí dormido poco después, exhausto por tanto estrés, pero nunca olvido esa noche. Se suponía que Satanás era el enemigo de la humanidad, la definición del mal en su máxima expresión. Le había hecho frente por primera vez, y no apareció. ¿Significaba que era más poderoso que él? No soy tan prepotente, pero quería respuestas.

Fuente del Ángel Caído (Fountain of the Fallen Angel), Ricardo Bellver, Madrid, Spain [Wikimedia Commons, CC 2.5]

Años después, hablando con una amiga escritora que también es bruja, ella me dijo que no hay dioses en la magia del caos. Según ella, en la magia del caos son los brujos los que crean a los dioses, y que si no creen en ellos entonces los dioses no existen.

No lo pensé en ese momento, pero tiempo después hice la suma. Dos más dos es cuatro. Si yo no creía en Satanás, entonces Satanás no era real, y si llegaba a creer, entonces yo todavía ponía las reglas. Yo era Dios.

Eso me puso a pensar mucho más. ¿Qué son los dioses, si no conceptos y creaciones humanas? Somos los humanos los que les damos nombres, rostros, historias, atributos. La energía divina, para usar el término que me enseñaron mis padres, está en todas las culturas de distintas maneras, pero es una.

Con esto no quiero decir que hay una única Deidad todopoderosa, pero que aunque cada cultura tenga un concepto diferente, sin importar el nombre, las reglas, si es uno o más, todas tienen una figura divina a la que se le rinde respeto. Pero es la sociedad la que desarrolla esa figura, es la sociedad la que determina cómo rendirle el respeto debido.

Un señor que conocí una vez en un taller de péndulo nos dijo que razonó algo de adolescente: “Yo le dije al cura que si yo soy un hijo de Dios, el Creador, entonces yo también soy un pequeño creador, y me dijo ‘fuera de aquí y deja de preguntarte sobre los misterios del universo’” Sonrió mientras decía esto, y yo también, porque estaba de acuerdo. Todavía lo estoy.

No voy a empezar un largo análisis de los elementos sociales, políticos, culturales, y filosóficos que todo esto implica, pero volviendo a ese adolescente traumatizado en su cuarto que retó a Satanás, algo debe de cierto debe de haber.

Años atrás leí que “el logro más grande de Satán es hacernos creer que no existe”. No le presté atención, y no lo haré, porque me niego a vivir con ese miedo de nuevo. Los únicos cuernos que hay en mi vida son los de Pan, Krampus, y los de una expareja que me fue infiel.


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