Columna: La Dientona, o los peligros del escepticismo

Nota del autor: La leyenda de La Dientona contiene detalles violentos.

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Muchas veces en el pasado hemos escuchado a alguien demostrar su escepticismo hacia algo o alguien en particular, creyendo que esto o aquello es imposible. A vece incluso somos nosotros quienes creemos tener la última palabra entre lo que es verdad y es mentira, la realidad y la ficción, y muchas veces es por eso que terminamos entrando a la boca del lobo sin saberlo.

Hay una leyenda muy particular, sencilla pero directa, que explica justamente los peligros de ser escéptico, de no creer en lo imposible o pensar que nuestra realidad es la realidad. Hay más diferencia entre esas dos de la que nos gustaría admitir la mayor parte del tiempo. Se trata de la leyenda de La Dientona.

Contrario a otras figuras famosas como El Silbón, la Llorona, o incluso La Sayona, La Dientona es poco conocida incluso en Venezuela, pero que enseña la valiosa lección de no creer que el mundo espiritual no puede afectar al físico. Hay dos versiones de esta leyenda, una que se ubica en El Tocuyo, del estado Lara, y otra en Tovar, del estado Mérida.

Merida, Venezuela [Wikimedia Commons CC 3.0, George Miquilena]

Según la primera versión, un hombre caminaba a altas horas de la noche cuando encontró a una joven rubia que no se dejaba ver el rostro. Cuando él se acercó a preguntarle al respecto, ella no respondió, pero aún así, quizá por querer ser un buen samaritano, le preguntó en dónde vivía, y ella caminó sin mirar hacia atrás, respondiendo “pronto lo verás.” No fue hasta que llegaron a un cementerio que la joven se dio la vuelta, revelando unos dientes que parecían cuchillos. “¡Esta es mi casa!” Gritó ella.

El hombre corrió despavorido hasta tropezarse con otro al cual nunca había visto, pero decidió prevenirlo sobre el espectro del que había escapado. Cuando terminó de contarle su historia, el extraño le preguntó sobre los dientes de la muchacha: “¿Serían como estos?” Tenía los mismos dientes, capaces de moler huesos humanos. El hombre corrió sin descanso hasta llegar a su hogar, sano y salvo, y se prometió no volver a salir de noche.

Sin embargo, cuando era niño leí la segunda versión, mucho más tétrica. Cuando se ubica en Tovar, la leyenda cuenta que dos poetas y serenateros, René y José Jesús, paseaban por las calles luego de estar en una fiesta. Cuando se encontraron a una linda muchacha rubia, esta les pidió que la acompañaran a su casa.

René sospechaba que la chica era La Dientona por su gran dentadura y secretó con su amigo al respecto, pero este no le creyó y la muchacha les dijo que los secretear en frente de ella era de mala educación. Cuando llegaron a la casa, ella le pidió a René que la acompañara al jardín para escribir poemas bajo la luna, mientras que le dijo al otro que los esperara en la cocina.

Pasan las horas y, ya cansado, José Jesús decide irse, pero cuando se acerca para despedirse escucha el sonido de un perro comiendo huesos. Salió corriendo cuando vio que la muchacha devoraba el cadáver de René, e invocó a la Virgen de la Candelaria mientras huía.

Laguna Blanca, Paramo de Mariño, Venezuela [Wikimedia Commons CC 3.0, Joanlink]

En ambas versiones, los personajes corren peligro por creer que nada les pasará. Me gusta pensar que son una misma historia, empezando en El Tocuyo y terminando en Tovar, por razones obvias, además de que en ambas versiones el espectro es el de una chica rubia, con dientes afilados y que logra cambiar de forma, primero volverse un hombre, y luego esconder con regular éxito su prominente dentadura.

Muchas veces nos aventuramos a lo desconocido sin ninguna precaución, creyendo que los cuentos de la abuela son solo eso, cuentos para asustar a los niños, cuando realmente siempre hay algo de verdad en todos. Es justo lo que aprendí cuando tuve un mal episodio con la infame tabla Ouija.

Estaba en el tercer año del bachillerato y descubriendo el mundo de la magia, la energía, la brujería, y todo lo que ello conlleva. Creía que por haber leído un par de artículos y páginas en internet ya era lo suficientemente competente como para encarar a los muertos, y decidí hacer una Ouija casera con una tabla, marcador, súper pegamento y sal de cocina.

Las primeras sesiones fueron tranquilas. Siempre usaba la tabla dentro de un círculo de sal y con una amiga, hasta que un día mis dedos fueron directamente al “No”, y no se movieron por más que le pedí al espíritu que se fuera. Como pude, forcé mi mano a ir hasta el “Adiós”.

Mi amiga en ese momento era sensible y podía ver sombras en donde se suponía que estaban los muertos, y me dijo “hay seis, no podemos salir del círculo”. Ambos nos paralizamos del miedo, yo con 14 años y ella con 11. Decidimos salir de todas formas, sin soltar la sal, y hacer algún hechizo improvisado para desterrarlos, pero mi amiga me dijo que mi abuelo estaba allí, que nos iba a ayudar y que nos quedáramos quietos.

Los seis se fueron, uno para no volver, y los otros cinco tuvimos que alejarlos constantemente durante un mes, uno por uno, hasta que finalmente nos dejaron en paz. Fue un mes de pesadillas, dolores de cabeza, fallas de memoria, debilidad, desgano, y evidentemente malas notas. Quedé muy sensible desde entonces, y he aprendido a usar esa sensibilidad para buenos propósitos, pero podría haberme ahorrado la experiencia si hubiese sido más prudente.

Puede no ser una historia de horror digna de Hollywood, nada al estilo El Conjuro, y puede que nuestras mentes jóvenes hayan magnificado todo, pero el miedo estaba allí, el no saber qué hacer porque realmente no estábamos preparados para tal efecto, el descubrir que nos faltaba mucho por aprender y que habíamos sido unos irresponsables. Desde entonces me he alejado de la Ouija, pero no por ello de los muertos.

Cuando leo la historia de La Dientona recuerdo ese episodio, recuerdo también todas las veces en que creí que estaba preparado, en que me sobre estimé y pensé que podía, y realmente no era el momento. Así nos pasa muchas veces a todos, y aunque las vivencia nos dejan valiosas lecciones, y  veces un don que nos abre muchas puertas en el futuro, como es mi caso, nos hubiésemos ahorrado el mal rato de haber sido más prudentes y no engreídos.


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