Muchas veces creemos que los grandes descubrimientos vienen a raíz de un gran esfuerzo, batallas titánicas, y una historia agridulce. La historia de Prometeo puede ser un ejemplo perfecto porque la de hoy es una leyenda sobre el fuego en la humanidad. Sin embargo, El Dueño del Fuego es una historia que se aleja mucho de las tragedias de la antigua Grecia. En realidad es una historia de risa.
Tres aves y un caimán
Según Francesc Ll. Cardona, autora de Mitología, Historias y Leyendas de Venezuela, cuenta la leyenda que el rey caimán, Baba, y su esposa la rana vivían en el estado Amazonas, cerca de donde nace el río Orinoco, uno de los ríos más extensos en Suramérica. Ellos habitaban en una cueva a donde los demás animales tenían prohibido entrar bajo pena de muerte, pues guardaban celosamente un secreto en la garganta del rey.
En una ocasión, la perdiz entró sin darse cuenta, y encontró hojas y orugas quemas. Cuando probó los insectos y se dio cuenta del sabor, mucho mejor que cuando las comía crudas, salió con cuidado, emocionada por el descubrimiento y segura de que “el fuego del cielo” había estado en la tierra.
Afuera, se encontró con el colibrí y el pájaro bobo, nombre con el que se conoce al alcatraz pardo en Venezuela, y les contó sobre la experiencia. Los tres tenían tanta curiosidad por descubrir el secreto que el pájaro bobo entró a la cueva esa noche aprovechando sus plumas oscuras.
La rana llegó poco después con varias orugas, y Babá, el caimán, abrió la boca para dejar salir lenguas de fuego que cocinaron los insectos. Ambos comieron antes de dormir, y el pájaro bobo salió emocionado, contándoles los detalles a las dos aves. Deseosos por hacer lo mismo, decidieron robar el fuego del rey.
Al día siguiente, cuando los demás animales descansaban a orillas del Orinoco junto con Babá y la rana, el pájaro bobo y la perdiz hicieron varias piruetas en el aire, haciéndolos reír a todos menos al rey, por lo que el pájaro bobo tomó una pelota de barro y la arrojó hacia la reina. Esta se le atascó en la boca, y el rey rió ante la escena.
Aprovechando que abrió la boca, el colibrí pasó entre las fauces de Babá, robándose una pequeña flama, incendiando un árbol cuando pasó cerca. Algunas versiones dicen que fue por accidente, y otras que fue a propósito, pero lo cierto es que ardió hasta volverse cenizas. Antes de sumergirse en las aguas por siempre con su esposa, el rey les advirtió que el fuego podría causar mucho daño en las manos equivocadas.
Por más que lo intentaron, los demás animales no supieron usar el fuego como el rey, pero el hombre sí. Desde entonces el colibrí, la perdiz, y el pájaro bobo se convirtieron en guardianes de la humanidad por su regalo.
Siempre risas
Muchas veces hemos escuchado que el estrés es un asesino silencioso y que puede empeorar cualquier enfermedad, pero que la risa es su remedio más efectivo. Y no es un cuento de hadas o mito.
Entre los beneficios de la risa, la Mayo Clinic explica que mejora el sistema inmunológico, alivia el dolor, incrementa la satisfacción personal, mejora nuestro estado de ánimo, y autoestima. Cuando mi padre (EPD) empezó su tratamiento contra el cáncer, una de las recomendaciones que le dieron fue ver películas de Mr. Bean para mantenerse de buen humor, y por muchos meses estuvo en perfecto estado.
Según esta leyenda, la risa fue precisamente lo que le dio a la humanidad acceso al fuego, y si bien es cierto que ha hecho mucho daño en manos malintencionadas, también ha sido parte de momentos felices. Mi familia es prueba de ello.
Cada fin de semana, en la casa familiar, todos nos reuníamos para una parrilla digna de un batallón; no en vano somos 20 los nietos de mi abuela, junto con familiares lejanos y amigos. Es una costumbre que empezó con mi abuelo materno (EPD), y cada vez que había una parrillera afuera, con los tíos cargando carbón, cocinando, y buscando las sillas y mesas, las tías haciendo incontables shish kebabs, recuerdo las risas, las bromas, todos corriendo haciendo bromas, hablando con una sonrisa en la cara. El fuego puede tener mala reputación a veces, pero para mí siempre ha sido sinónimo de familia, hogar, y de risas.
Hoy en día puede que no estemos todos los primos, todos los hijos de mi abuela, bajo un mismo techo. El clan ha crecido bastante, pero la casa de mi abuela no se nos hizo pequeña. Cada vez que hay una parrilla en ese patio bajo el árbol de mango, aunque no sea tan seguido como antes, sé que hay un fuego ardiendo que nos mantiene a todos unidos sin importar tiempo y espacio, un fuego rodeado de sonrisas, música, juegos, y risas. Siempre risas.
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