Columna: El Encadenado de Michelena – Muertos sin Entierro

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Todos los que me conocen saben que me encanta octubre, que soy fanático del Halloween, Samhain es mi fiesta favorita de la Rueda del Año, y en general me siento de mejor humor porque el mundo celebra lo diferente, lo incomprendido, y lo inusual. Mientras espero con ansias a que llegue y disfruto de días cada vez más cortos y noches cada vez más cortas, mi mente se va a rincones lejanos, como las calles oscuras por donde pasea El Encadenado de Michelena.

Looking over a vista of clouds, valleys, and mountains in Tachira, Venezuela [LuisG67, Wikimedia Commons, CC 3.0]

Ojo por ojo

La historia de esta ánima en pena es conocida en el municipio Michelena, del estado Táchira, reconocido por sus muchas leyendas. Esta nos habla sobre un hombre llamado José que vivió a mediados de 1925, de buen aspecto y enamoradizo. Aunque tenía una novia llamada María Eugenia, todos sabían que José le era infiel con varias mujeres.

El padre de la muchacha, cansado de los chismes, y seguramente también de la vergüenza, decidió ajustar cuentas. Lo persiguió de noche con un garrote, lo mató a golpes, y pidió que dejaran el cadáver en algún lugar, sin asegurarse de que le dieran un entierro digno. Aquí es cuando todo se tuerce porque José no encontró descanso alguno.

Tras varios días, mientras el padre de la muchacha regresaba tarde a su casa, tuvo que pasar por el frente de un cementerio, recordó su crimen, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo, pero siguió caminando sin importarle nada. Más adelante, el espíritu del muchacho se le apareció, diciéndole que debía pagar por sus actos.

Tan pronto como llegó a su hogar, el hombre cayó desmayado por el terror sin que nadie entendiera nada. Se dice que enloqueció con el tiempo antes de morir, y aunque no hay explicación, se dice que fue el mismo espíritu el que se cobró su vida en venganza. Sin embargo, a medida que pasaban los años más eran los testimonios que corrían por las calles sobre una figura fantasmal vestida con una túnica negra, ojos brillantes, y largas cadenas que pendían de sus brazos, arrastrándose por las calles de Michelena

Se dice que esta figura sigue apareciendo hoy en día por las principales calles del pueblo, supuestamente desde el cementerio hasta el barrio Santa Rosa, durante el aniversario de la muerte de este muchacho.

Looking over a vista of clouds, valleys, and mountains in Tachira, Venezuela [LuisG67, Wikimedia Commons, CC 3.0]

Lecciones Agrias

No pude evitar pensar en la famosa, y a veces odiada, Rede Wicca, casi siempre tomada como una ley universal que reza que todo lo que haces vuelve a ti por triplicado. Muchos paganos y brujos tienen opiniones muy establecidas con respecto a este concepto, pero me llama la atención que en Venezuela también hay un refrán popular muy similar: “Al que obra bien, le va bien”.

Para mí, es ilógico esperar que sucedan cosas buenas si siempre estás buscando problemas, enfrentándote a los demás sin base, provocando discordia, discusiones, repartiendo odio, y sembrando saña. Lo mismo aplica si trabajas con honestidad, con humildad, ayudas a los demás, y tratas de llevar todo en paz, de ser una persona amorosa y respetable.

No quiere decir que no habrá excepciones a la regla, claro, porque nadie tiene una vida perfecta, pero no estoy de acuerdo con que el fin justifica los medios. Soy un sanador ante todo, y acepto el hecho de que hay sucesos horribles en el mundo. Fanatismo, racismo, misoginia, perversión, asesinato, y cuanta forma de odio que pueda haber, la hay hoy en día, pero también estamos aquellos que trabajamos para acabar con todo esto.

El Encadenado de Michelena es una historia que nos habla sobre las consecuencias del rencor, del odio, de volverse juez y verdugo llevados por la ira. Este es un sentimiento poderoso, estar furiosos puede ser la gasolina necesaria para ciertos trabajos energéticos, para hacer actividades, para entrenar y drenar todo lo que ha pasado durante el día, pero también es un arma de doble filo.

He perdido la cuenta de las veces en que me dejé llevar, perdí los estribos, y simplemente actué sin pensar, pero hay un recuerdo que no dejo de revivir y que me hace sentirme mal cada vez que vuelve a mi cabeza. Una reacción propia de un niño malcriado, pero por un muchacho adolescente a punto de terminar el bachillerato.

No es un secreto para nadie que mi abuela es sagrada para mí, es una persona muy importante, y que me ha enseñado demasiado en esta vida. Sin embargo, es una persona que por su crianza tiene una forma de pensar muy diferente a la mía y que muchas veces no me entiende o no apoya algunas decisiones.

Una vez, estaba leyendo en el cuarto mientras que ella estaba en la sala, y ella jamás ha sido amante de la lectura. Sí apoya que una persona debe estudiar, formarse, ser cada vez mejor y adquirir más conocimiento, pero que uno de sus nietos prefiera quedarse en casa leyenda en lugar de salir a conversar y jugar desde que es niño es algo que le costó mucho aceptar.

No recuerdo qué estaba leyendo en esa ocasión, pero sí que ella me dijo, como en muchas otras ocasiones, “¿está buena la Biblia?” Es una broma que siempre me molestó un poco, pero que sé que hace de muy buena fe y porque quiere lo mejor para mí. Sin embargo, esa vez simplemente la miré y no dije nada, y seguí leyendo. Solo alcancé a ver que su sonrisa se borró.

Puede que parezca algo insignificante para muchos, pero el que yo le hiciera eso a una mujer que ha dado todo por amor sin esperar nunca nada a cambio me parece impensable. Es una cadena de la que aún no logro liberarme, pero también un recordatorio de ser educado y amable sin importar qué. Es mi lección de que la ira desmedida crea memorias amargas.

Solo puedo pensar en todas las atrocidades que podrían haberse evitado si la gente pensara un poco más en las consecuencias, en lo que les pasará a los demás, a la familia, a los amigos, a los que aún no conocemos, a los que quizás nunca lleguemos a conocer. Como el padre, a menudo olvidamos que solo somos humanos.


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