Decir que he estado aprendiendo sobre magia y brujería por 10 años suena tonto a comparación con otras personas. Hay quienes crecieron en una familia donde estas prácticas eran comunes, y otros que llevan muchísimo más tiempo que una década. Sin embargo, desde que tenía 13 años he estado leyendo, buscando, leyendo, practicando, y leyendo un poco más, y algo que he hecho muy a menudo, especialmente cuando no tenía o no tengo herramientas es usar la música que escucho para hacer magia.
A los 13 años era imposible decirle a mis padres que quería velas de formas y colores, hierbas, piedras, mucho menos un athame. Ya era el niño raro de la familia por mis gustos oscuros, por ser gótico, y ser adicto a la lectura. Agregarle Paganismo y Brujería a la mezcla no hubiera sido buena idea, al menos no en ese momento.
Sin embargo, cuando una persona tiene dones, siempre llega un momento en que debe usarlos. Eso se lo he dicho a muchas amistades y siempre he visto que se cumple. Llega un momento, pasa algo, y me piden ayuda porque no saben qué hacer, y yo trato de hacer lo mejor que puedo, pero recordándoles que ellos también pueden, que no es algo que solamente yo hago.
Llegó un momento en que necesitaba defenderme de mí mismo, defender a otros a mi familia, a mis amigos, y así sucesivamente. Era frustrante leer constantemente que para un hechizo de protección necesitas esto y aquello y otro poco más de eso otro. ¿Qué presupuesto tiene un muchacho inseguro de 13-14 años? Tampoco podía atacar los condimentos de la casa porque luego vendrían las preguntas, y no había forma sensata de explicar que mi cuarto oliese a canela, por ejemplo. “Es que me ayuda a dormir y me gusta como se ve en el piso, pero no la toquen por 24 horas”. Habría terminado en el psiquiatra.
Un día, a los 15 o 16 años, me enteré de que mi padre tenía cáncer, de que era la segunda vez que lo iban a operar, y que esta vez todo era más delicado. Sentí que no tenía suficiente tiempo. A veces compraba velas a escondidas y las encendía apenas me quedaba solo, pero algo me dijo que solo eso no sería suficiente. Hoy sé que se pueden hacer maravillas con una llama así de pequeña, pero en ese momento me puse a pensar en qué podía hacer para ayudarlo sin llamar tanto la atención.
Lo único que se me ocurrió fue usar música, visualizar, y enviar ese deseo al universo. Sonaba sencillo, práctico, y tenía la ventaja de que siempre estaba con los audífonos puestos. En ese momento no me gustaba nada de la música folk o new age que todos parecían usar. Escuchaba Lady Gaga y Marilyn Manson, y aún lo hago, pero me dije que tendría que ser suficiente. ¿No decían todo en internet que la intensión era lo primordial? Lo iba a poner a prueba.
Una de las ventajas de tener Síndrome de Asperger es que puedo entender las cosas de manera distinta, sacar mis propias conclusiones, y el no entender bien el inglés me permitía concentrarme solo en la música, el ritmo, hasta leer la letra en internet. Decidí probar con un sencillo de Kesha que me encantaba y que yo relacionaba con la libertad, porque quería liberar a mi padre de su enfermedad para que estuviera sano otra vez, y un sencillo de Skillet para llamar al héroe o héroes que habitaran en mí; ¿no decía Scott Cunningham que los Dioses viven fuera y dentro de nosotros?
Apenas cerraba los ojos, las imágenes venían a mi cabeza y veía a mi padre en frente de mí, los dos en un bosque, y rayos de luz blanca salían de mi mano. Siempre he sido creativo y de imaginación volátil, es una de las razones por las que escribo, así que dejaba que cualquier escenario de fantasía cobrara vida en mi mente, que aparecieran animales, se movieran los árboles, llovieran estrellas, saliera neblina de cualquier color, y más, con tal de tener la seguridad de que mi padre al menos recibía esas energías.
Aunque terminaba tanto con el pulso como la respiración acelerados, lo hacía dos, tres, cuatro, cinco veces, e incluso más si sentía la necesidad. Se trataba de la vida de mi padre, y si tenía que destrozarme los oídos… pues valdría la pena. Él se caía a pedazos con el tiempo, su condición empeoraba, mi madre se desgastaba atendiéndolo hasta lo imposible, y yo solo podía ver y apretar los labios. Tan pronto como salía de la casa, me ponía los audífonos, subía el volumen al máximo, cerraba los ojos, y gritaba por ayuda en mi mente.
En el año nuevo de 2013, él fue la primera persona a la que abracé, y recibí el mensaje de que mi padre no llegaría a junio de ese año. Vivía con los audífonos puestos, escuchando música sin descanso y visualizando más que antes. Me daban escalofríos, se me cortaba la respiración, me dolía la cabeza, quería llorar, se me tensaban los músculos, entre otras cosas, por todas las emociones que sentía, pero yo solo le daba al botón de replay.
Mi sanior, como le decía yo, falleció el 9 de octubre de 2013, pero en junio-julio tuvo que salir de la casa para ir a la residencia de nuestra familia. Mi mamá ya no podía atenderlo sola, y necesitaba a alguien que le diera la mano. Allá estaban sus seis hermanos, sus familia, mi abuela, y varios vecinos y conocidos que siempre estaban dispuestos a hacer lo que hiciera falta, sin mencionar a un médico paisano, muy amigo de la familia, iba todos los días para pasarle su tratamiento. Yo tenía ya 18 años.
Me sentí tan inútil, tan defraudado de mí mismo que no sentí deseos de hacer nada en lo que a brujería respecta. ¿Qué clase de brujo podía ser si no había sido capaz de ayudar a mi padre? Me decía que si no pude hacer algo tan importante, aún luego de tratar todos los días de dar lo mejor de mí, ¿qué caso tenía seguir aprendiendo y practicando? Me recriminé tantas, pero tantas veces, que él mismo me hizo llegar un mensaje a través de mi madre ese mismo mes.
Casi diez años después de eso, la herida está cerrada, pero las lágrimas aún salen cuando recuerdo esos meses. Sin embargo, ahora solo me basta recordar alguna canción que me guste para empezar a trabajar. He limpiado mi casa, sanado a mi madre, mi hermano, incluso a mi perro, me he defendido, enviado terapias a distancia, hecho sesiones de adivinación, me he sanado incontables veces cuando estaba al borde del colapso, y siempre con buenos resultados. Entendí que mi padre no estaba destinado a vivir un día más, que todos tenemos un límite, y aunque el sabor agridulce se mantiene (en menor medida, dicha sea la verdad), la culpa no.
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